Gustavo L. Solórzano
Recordar es volver a vivir, dice un viejo refrán de mi Colima. Y coincido plenamente, pues en el subconsciente no existe la temporalidad. Todo es presente, en consecuencia nuestro momentos más significativos están a flor de piel. Solo archivamos y aparentemente olvidamos, aquello que no representó algo importante o alguna circunstancia que nos haya lastimado. El fino empedrado de la calle Medellín fue parte de nuestros juegos durante algún tiempo, después, éramos aun niños, cuando llegó la modernidad y pavimentaron, la gente desde su sana ignorancia, se puso feliz.
Una gruesa mezcla de grava y/o arena, más asfalto, (craqueo del petróleo con la gravilla). Como camisa de fuerza, fue vertida sobre nuestros sueños de niño, teníamos calle nueva.
Después de que se quemó la Casa García, la modesta fuente ovalada, recubierta con diminuto mosaico azul en diferentes tonalidades, que adornaba el Jardín Torres Quintero, fue demolida. En su lugar, una fuente nueva de piedra porosa adornó el paisaje y servía de espacio refrescante para las aves y transeúntes.
Los vecinos adultos se daban la mano ante cualquier circunstancia y ellos nos cuidaban fuéramos sus hijos o no. Así era en todas partes, la gente se ayudaba, la compasión y ayuda mutua, formaban parte de la vida cotidiana en ese Colima de ayer.
El camión cargado de fruta y verdura llegaba a la esquina de Medellín y Nicolás Bravo, Don Nacho Moreno tenía ahí su negocio y los jóvenes del barrio, junto con los hijos de Don Nacho, descargaban en un dos por tres el camión, una propina más algún fruto, eran la recompensa a los que ayudaban.
La central camionera, ubicada en donde hoy es el Auditorio del ayuntamiento de Colima, daba vida al centro de la ciudad, gente de las comunidades y rancherías, llegaba para surtirse de víveres, e implementos diversos. Las fondas de Don Julio el Chorreado y de los Gámez, no siempre se daban abasto para atender a los comensales. El Puerto Arturo y la tienda de Don Lucas, siempre bien surtidas, competían por la venta de sus productos de canasta básica. Mientras que en el mesón y en la vecindad de enfrente, sobre la Medellín, Félix, Doña Juana y Doña Meche, competían con la venta de deliciosas tortillas de puro maíz, elaboradas a manos. La Casa Tita de Doña Rosa y la Copa de Oro, de Don Pedro Villarruel, también formaban parte de nuestros buenos vecinos.
En ese tramo de la calle, Don Pedro Cervantes y Don Ceferino Cuevas, vendían calzado y otros utensilios propios para el campo. En la cuadra cercana al jardín, el restaurante Santa Rosa, propiedad de Don Fernando y María Salvio, era una buena opción para quienes gustaban de la comida casera. La guaracherìa de los González Chávez, papás de Myriam, René y Sergio, se sumaban a los negocios del rumbo, con opciones y buenos precios. La Dodge que se ubicaba por la Medellín, casi frente a la casa de Don Eliseo Castañeda, se convirtió en un restaurante de carnes asadas, los molcajetes de Don Lupe Valdovinos, que después su fue al portal y regresó a la esquina de Hidalgo y Medellín, precisamente en esa esquina estuvo la Casa Mary.
Vivimos los de mi generación, una vida tranquila, apacible y plena de creatividad. No teníamos internet ni celular, solo tele y en algunas casas. Los políticos eran designados desde arriba, por eso no había guerra sucia, y de darse algún intento, los llamaban y les jalaban las orejas. Así todos felices, recibían su parte.
ABUELITAS:
Ya que toco el tema de la polaca, quiero felicitar a la maestra Nikola Vargova, por haber sido nombrada coordinadora del distrito 7 en la ciudad de Villa de Álvarez. Nikola, aunque es nacida en Eslovaquia, es ciudadana mexicana con todos los derechos y obligaciones que la ley establece. Mujer talentosa y extraordinaria gestora, que desde hace años se desempeña como abogada y se ha sumado al desarrollo de Colima. Ella es mamá de cuatro hijos y sin duda, está haciendo un buen papel como conocedora de las leyes y servidora social. Es cuánto.
Leave a Reply