Gustavo L. Solórzano
“Un barco frágil de papel, Parece a veces la amistad, Pero jamás puede con él, La más violenta tempestad, Porque ese barco de papel, Tiene aferrado a su timón, Por capitán y timonel, Un corazón. A mis amigos.” Alberto Cortes.
La preocupación generalizada por el excesivo calor, tiene sin duda un trasfondo. Un secreto a voces que nadie quiere aceptar, incluyendo a las autoridades responsables del cuidado al medio ambiente. Pues al decir de algunos ciudadanos, muchos se han hecho de la vista gorda desde que existe ese tipo de dependencias, merced a los jugosos saludos que dice, han recibido. Lamentablemente, existen ciudadanos inconscientes que siguen desperdiciando el agua lavando la calle con el chorro de la manguera, tan solo por poner un sencillo ejemplo. Por otra parte, hay personas que tuvieron un árbol afuera de su casa y por el simple hecho de que algún automovilista estacionaba su carro, buscando la sombra o porque “tira mucha basura”, se acabó. Finalmente, cada día sumamos acciones que dan al trasto con el equilibrio de nuestro planeta.
Este es el primer año que se manifiesta un clima como el que tenemos, y no porque nos toque, sino porque lo estamos generando nosotros, con nuestros descuidos y acciones inadecuadas. Años ha, desde mayo, se escuchaban los “truenos”. Entre el sano temor por desconocimiento y la emoción, la frescura de la lluvia nos trasportaba a un mundo de fantasía. En el interior de nuestra casa, disfrutábamos el petricor, ese delicioso aroma a tierra mojada, que nos recordaba la vida.
Cuando nuestra céntrica casa con techo de teja, minaba, mi madre colocaba unas ollas o algunas cubetas, para literalmente aparar el agua. Lo anterior, si por alguna causa se les hubiera pasado dar una traspaleada al techo, para prever y o, corregir cualquier detalle. Sin rayos, teníamos permiso de salir a bañarnos con la lluvia, y así, navegar con nuestra imaginación soltando improvisados barcos de papel. Los ríos de agua que se formaban con la lluvia, nos permitían tirarnos boca abajo en la calle, para disfrutar de una improvisada alberca.
Era el Colima de los sesentas y los vehículos apenas circulaban. Sin descuidarnos, jugábamos libremente, sí, en la calle. Los ciudadanos amorosamente responsables, nos cuidaban como si fuéramos hijos de una gran familia. Es decir, ya lo he señalado de manera reiterada, cualquier adulto podía llamarnos la atención por nuestro bien. Y si por alguna razón no poníamos atención a su llamado, nuestros padres se encargaban de poner remedio.
Mano, sandalia, soga, palo, o cuchara pozolera, cualquier objeto era un buen correctivo. No existían los derechos humanos con sus erradas políticas, los mismos policías eran llamados para reforzar cualquier propuesta de disciplina. Una sociedad que trabajaba en unidad con las familias para bien común. ¿En dónde quedó? Hoy las formas de relacionarnos los hijos y los padres son distintas, muchos padres tienen temor de sus hijos, algunas leyes fueron creadas y otras modificadas en detrimento de la paz social y de las buenas costumbres, hoy tenemos resultados lamentables incluso en las escuelas.
ABUELITAS:
Si puede, ponga una cubeta o trasto con agua en buen estado a la sombra, muchos animales lo agradecerán. Usted también hidrátese. Es cuánto.
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